Algunas de las carencias que observamos en las nuevas generaciones son la fuerza de voluntad y el
esfuerzo. Habitualmente oímos mensajes sobre la necesidad de esforzarse para conseguir metas en la vida,
sin embargo, la sociedad del consumo y el bienestar transmite ideas subliminales en sentido contrario.
Parece que la calidad de vida se puede conseguir sin trabajo y los niños van creciendo sin desarrollar la
capacidad de esfuerzo que les ayuda a afrontar los retos y las dificultades que plantea la vida. Las
consecuencias pueden verse en la ausencia de entusiasmo, la falta de valoración de la cosas, lo poco que
disfrutan de lo que tienen, el conformismo o inconformismo constantes, etc.
Hoy, más que nunca, es necesario fomentar la capacidad de autocontrol de los niños para que sean capaces de soportar los esfuerzos que exige la vida en sociedad. Muchos padres, por un amor mal entendido, procuran evitar a sus hijos las dificultades que ellos tuvieron que superar en su infancia. Esto conduce a la sobreprotección y a ofrecerles una vida cómoda donde no deben realizar esfuerzo alguno para obtener lo que desean. Cuando los pequeños crecen sin haber luchado por las pequeñas cosas cotidianas, es posible que terminen convirtiéndose en adultos mediocres, débiles, desordenados, inconstantes, caprichosos, incapaces de cumplir una tarea seria y de marcarse objetivos en la vida y cumplirlos.
La fuerza de voluntad y el esfuerzo se entrenan día a día, convirtiendo los comportamientos en hábitos y con la habituación disminuye la sensación de esfuerzo. Cuando el niño es capaz de comprender por qué debe hacer algo y siente motivación para hacerlo, el hábito del trabajo y el esfuerzo se convierte en valor que dirige su conducta y sus decisiones en la vida. No se fomenta este valor cuando los padres imponen y el niño simplemente obedece. Inculcar la obediencia es necesario para que el pequeño de cauce a sus capacidades en vez de seguir los impulsos de sus caprichos y apetencias. Pero también es preciso que el niño se sienta motivado para que surja la disposición para el esfuerzo necesario que le conduzca a lograr la meta propuesta. Los motivos más valiosos para el niño pueden ser la aceptación y aprobación de los padres y educadores, la valoración social en general, lo atractiva y placentera que puede resultarle la actividad a realizar, el orgullo por los logros propios, etc.
A través de una exigencia y firmeza adecuadas, los padres pueden desarrollar la capacidad de trabajo y esfuerzo de los niños, estimulando al mismo tiempo valores tan importantes como la fuerza de voluntad, la constancia, la paciencia, la perseverancia, la resistencia a la frustración, la responsabilidad, etc. Si el niño comprende el sentido o finalidad de la exigencia del adulto, si ésta responde a sus intereses o necesidades, si puede participar en su planificación, si tiene confianza de poder cumplirla y se compromete a desarrollarla, la exigencia genera motivación. Sin embargo, la imposición de una exigencia del adulto, la amenaza y el miedo a las consecuencias del incumplimiento, no generan motivación alguna para el niño, ni promueven su disposición para esforzarse.
El trabajo y el esfuerzo no forman parte de la herencia genética, son valores que precisan desarrollarse. Los padres acompañan y ayudan al niño en su aprendizaje facilitando un ambiente familiar seguro, afectivo, alegre y motivador. En este ambiente, el ejemplo de los padres es primordial. El niño aprenderá a esforzarse si observa la alegría con que los adultos se esfuerzan por cumplir bien su trabajo. Si, por el contrario, sólo escucha a los padres quejas, excusas y lamentaciones al tener que trabajar por obligación, el niño aprenderá a hacer lo mismo.
Algunas orientaciones y estrategias para promover el trabajo y el esfuerzo son:
Hoy, más que nunca, es necesario fomentar la capacidad de autocontrol de los niños para que sean capaces de soportar los esfuerzos que exige la vida en sociedad. Muchos padres, por un amor mal entendido, procuran evitar a sus hijos las dificultades que ellos tuvieron que superar en su infancia. Esto conduce a la sobreprotección y a ofrecerles una vida cómoda donde no deben realizar esfuerzo alguno para obtener lo que desean. Cuando los pequeños crecen sin haber luchado por las pequeñas cosas cotidianas, es posible que terminen convirtiéndose en adultos mediocres, débiles, desordenados, inconstantes, caprichosos, incapaces de cumplir una tarea seria y de marcarse objetivos en la vida y cumplirlos.
La fuerza de voluntad y el esfuerzo se entrenan día a día, convirtiendo los comportamientos en hábitos y con la habituación disminuye la sensación de esfuerzo. Cuando el niño es capaz de comprender por qué debe hacer algo y siente motivación para hacerlo, el hábito del trabajo y el esfuerzo se convierte en valor que dirige su conducta y sus decisiones en la vida. No se fomenta este valor cuando los padres imponen y el niño simplemente obedece. Inculcar la obediencia es necesario para que el pequeño de cauce a sus capacidades en vez de seguir los impulsos de sus caprichos y apetencias. Pero también es preciso que el niño se sienta motivado para que surja la disposición para el esfuerzo necesario que le conduzca a lograr la meta propuesta. Los motivos más valiosos para el niño pueden ser la aceptación y aprobación de los padres y educadores, la valoración social en general, lo atractiva y placentera que puede resultarle la actividad a realizar, el orgullo por los logros propios, etc.
A través de una exigencia y firmeza adecuadas, los padres pueden desarrollar la capacidad de trabajo y esfuerzo de los niños, estimulando al mismo tiempo valores tan importantes como la fuerza de voluntad, la constancia, la paciencia, la perseverancia, la resistencia a la frustración, la responsabilidad, etc. Si el niño comprende el sentido o finalidad de la exigencia del adulto, si ésta responde a sus intereses o necesidades, si puede participar en su planificación, si tiene confianza de poder cumplirla y se compromete a desarrollarla, la exigencia genera motivación. Sin embargo, la imposición de una exigencia del adulto, la amenaza y el miedo a las consecuencias del incumplimiento, no generan motivación alguna para el niño, ni promueven su disposición para esforzarse.
El trabajo y el esfuerzo no forman parte de la herencia genética, son valores que precisan desarrollarse. Los padres acompañan y ayudan al niño en su aprendizaje facilitando un ambiente familiar seguro, afectivo, alegre y motivador. En este ambiente, el ejemplo de los padres es primordial. El niño aprenderá a esforzarse si observa la alegría con que los adultos se esfuerzan por cumplir bien su trabajo. Si, por el contrario, sólo escucha a los padres quejas, excusas y lamentaciones al tener que trabajar por obligación, el niño aprenderá a hacer lo mismo.
Algunas orientaciones y estrategias para promover el trabajo y el esfuerzo son:
-
Ofrecer un modelo adecuado para que el niño lo pueda imitar. Ser pacientes y constantes.
-
Jamás convertirse en el “esclavo” del niño, él debe cumplir con las obligaciones propias. No ceder
ante sus caprichos.
-
Averiguar los motivos que mueven al pequeño a esforzarse.
-
Estimular la independencia y la autosuficiencia progresivamente.
- Ser firmes y exigir el esfuerzo del niño. Proponer tareas adaptadas a sus posibilidades, procurando que obtenga éxito en los resultados.No admitir que dejen las cosas o tareas sin terminar.
-
Permitir que el niño participe en el planteamiento de metas. Estas siempre deben ser a corto plazo,
muy concretas y fáciles de controlar por el adulto.
-
Estimular el respeto por todos los bienes, que sean conscientes del esfuerzo que ha supuesto
conseguirlos y colabore en su cuidado y mantenimiento.
-
Favorecer que se proponga pequeños proyectos (colecciones, deportes, aficiones, etc.) que
supongan esfuerzo y constancia y no permitir que los abandone al primer contratiempo.
-
Procurar que los trabajos que se le encargan tengan una dificultad progresiva. Prestarles ayuda
siempre que sea preciso, pero sin hacer por él lo que es capaz de hacer solo, aunque requiera
esfuerzo.
-
Habituarle a adquirir compromisos y cumplir con ellos, ayudándole a trazar un plan con los pasos a
seguir.
-
Animar para que tome sus decisiones y sea consecuente con ellas.
-
Estimular su autocontrol. Procurar que domine sus impulsos, que aumente su capacidad de espera
ante determinados acontecimientos, que tolere las pequeñas frustraciones y sea capaz de demorar
las gratificaciones.
-
Aprovechar las circunstancias cotidianas para que observe el esfuerzo necesario para conseguir
logros. Que conozca la utilidad del trabajo de las personas.
-
Procurar que tenga vivencias y emociones de satisfacción y alegría por el trabajo colectivo realizado.
-
Alabar sus logros siempre que haya realizado algún esfuerzo.
Por último, es aconsejable dosificar estas sugerencias si no se ha fomentado en el niño el trabajo y el esfuerzo con anterioridad. Planteen uno o varios objetivos de los indicados anteriormente, tracen un plan para llevarlo a cabo y, cuando el niño lo cumpla, introduzca un nuevo objetivo.